Odio cómo se estancan.
Así, sin ganas de saber nada nuevo. Creyendo que toda la sabiduría mundial se concentra en las cuotas de la tarjeta Falabella. Asqueándose cuando tienen la posibilidad de aprender un poco más de algo nuevo.
Odio, a veces, a esta juventud pusilánime que no se interesa por nada que no sea inmediato. Que se niega a iluminar un poco su pasado y sacar de él enseñanzas que sólo nos puede dar la experiencia histórica.
Odio la repulsión que sienten por los libros, la tendencia irracional a evitar el estudio, el desprecio que demuestran por quienes decidieron seguir su vocación humanista. Porque en su mundo lo que no tiene la potencialidad de llenar una cuenta bancaria, simplemente es una pérdida de tiempo, ignorando que la riqueza no lleva en la billetera, sino en la cabeza.
Me desespera y me desesperanza.