Κυριακή 19 Οκτωβρίου 2008

El acto puro.

¿Cómo rellenar las horas de insomnio? Elegí releer textos viejos, anotaciones de otros tiempos y, casi, de otra persona. Produce una sensación extraña eso de leerse y no encontrarse en esas letras. Sentir que son de un extraño, parecido a alguien que tal vez conoces; que vienen de una imagen difuminada, que no tiene límites claros, que podría ser cualquiera.
Las preocupaciones son tan distintas ¿en qué momento dejé de impresionarme por las maravillas de un domingo o por la fragilidad de la memoria? ¿qué hice, qué no hice, para que todos los pensamientos se relacionen con trabajo, con obligaciones, con terror a la mediocridad?
Quiero volver a lo simple, a la dilucidación de problemas realmente importantes, que no implican un cheque a fin de mes, que no conllevan la sonrisa de satisfacción de un vejete que vagamente conoces, que no precisan de una buena evaluación. Quiero volver a lo que no se necesita. Lo que no es medio para llegar a nada. Es acto puro.
Al final, la única idea que ronda mi cabeza es la dolorosa noción de lo difícil que puede llegar a ser convertirse en lo que nunca se quiso ser.

Σάββατο 11 Οκτωβρίου 2008

Esas dos palabras


“Desconfianza” y “crítica” fueron las dos palabras que escribió la psicóloga en esa carpeta sospechosa. Yo vi cómo las escribía y supuse, que son dos palabras que determinan mi personalidad de alguna manera. Como una patente, como los ingredientes de un yogurt, como un folleto de departamentos. Esas dos palabras marcan mis temores, de lo que huyo, lo que repito una y otra y otra y otra vez.
Las vi escritas y sentí que todos los problemas humanos, tan complejos, son encasillables, a veces, en dos miserables palabras que no parecen decir nada. Dos palabras que no salieron de mi boca, pero que parecen determinar todo lo que sale de mi cabeza. Resulta decepcionante esa tendencia a simplificar todo. Y de ella desencadenan los problemas de siempre. La falta de originalidad no solamente literaria, sino existencial. Todo lo que hacemos son repeticiones exactas, desprovistas de toda novedad para el mundo, de situaciones que ya ocurrieron. Y cuando alguien las mira desde afuera, es capaz de encasillarlas utilizando nomenclaturas establecidas, que existen desde antes de lo que uno siquiera sospecha.

Nada

¿Será necesaria tanta parafernalia? ¿Tanto blog solitario? ¿Tanta tarde perdida?
Aquí estoy, nuevamente queriendo decir algo. Queriendo desesperadamente sacarme de adentro los kilos de información irrelevante que se acumulan y se acumulan y se acumulan. Pensando ingenuamente que escribiendo aquí, a todos, a nadie, voy a sentirme más liviana.
¿Y si no funciona? ¿Y si, después de todo, el peso es endógeno y no hay forma de descargarse?
El pesimismo -que es vivir esperando lo pésimo cuando se está viviendo lo malo- es siempre tan mal tema, aun cuando le dio de comer a tantos poetas, a tantos escritores que supieron plasmar esa angustia de tal manera que a otros les pareció bella. Tan locuaces fueron que, diciendo lo más destructivo, lo más negro, lo más podrido, fueron considerados artistas. Bien por ellos. A nosotros, los mortales corrientes, el pesimismo nos queda mal. Nunca es color de moda, nadie quiere verlo, porque verse reflejado es siempre tan, tan terrible. Porque queda manifiesto que no somos tan especiales como nos hizo creer nuestra madre, que no somos tan únicos ni mucho menos originales. Y, al final del día, lo único que me da vueltas en la cabeza es que el original no es otro que el gritó más fuerte lo que todos ya pensaban.
¡Oh, qué desesperanzador es volverse realista! Sólo pienso que quiero decirlo todo y que no puedo decir nada.

No vaya Ud. a creer

No vaya Ud. a creer que yo necesito esto. No vaya a creer que me escapo. Que me escondo. Que grito enmascarada. No. No es eso. Es que, siendo clara, la vida real es una cosa de cuidado y yo no tengo ganas de andar cuidándome. Es que, siendo aún más clara, escribirle a nadie a veces es más gratificante que hablarle a alguien que no escucha.